Today we celebrate the Feast of the Presentation of the Lord, when Mary and Joseph brought their infant Son to the Temple in obedience to the laws of their Jewish faith.  This is a beautiful, and in many ways, mysterious feast — and one that is filled with lessons for a stewardship way of life.

Our Gospel passage from Luke, recounting the details of the Presentation, teaches us a stewardship lesson through the example of St. Joseph and the Blessed Mother, the “Holy Parents.” Even knowing their Son was God, they still carefully observed the faith practices of their day bringing him to the temple “to present Him to the Lord just as it is written in the law of the Lord.” Later in the passage we read that, “When they had fulfilled all the prescriptions of the law of the Lord, they returned to their own town of Nazareth.” The Holy Parents were good stewards of their child, teaching Him to live in obedience to the practices of their faith from his infancy and throughout His “growing up” years.

Those of us entrusted with the care of children, whether our own children, godchildren, nieces, and nephews, grandchildren, or students, have a vital role to play in the faith formation of these young ones. We, like the Holy Parents, must steward these children well, forming them in the faith by both instruction and example throughout their lives.

What a privilege and high calling we have as Christian stewards. Let us take these stewardship lessons to heart and present our gifts and our young ones joyfully to the Lord.

Hoy celebramos la Fiesta de la Presentación del Señor, cuando María y José llevaron a su hijo pequeño al Templo en obediencia a las leyes de su fe judía. Esta es una fiesta hermosa y misteriosa en muchos sentidos, y que está llena de lecciones para un estilo de vida de corresponsabilidad.

Nuestro pasaje del Evangelio de Lucas, que relata los detalles de la Presentación, nos enseña una lección de corresponsabilidad a través del ejemplo de San José y la Santísima Madre, los “Santos Padres”. Incluso sabiendo que su Hijo era Dios, observaron cuidadosamente las prácticas de fe de su época al llevarlo al templo “para presentarlo al Señor tal como está escrito en la ley del Señor”. Más adelante en el pasaje leemos que, “Cuando cumplieron todas las prescripciones de la ley del Señor, regresaron a su propia ciudad de Nazaret”. Los Santos Padres fueron buenos administradores de su hijo, enseñándole a vivir en obediencia a las prácticas de su fe desde su infancia y durante sus años de “crecimiento”.

Los que tenemos a nuestra cargo el cuidado de nuestros hijos, ya sean nuestros propios hijos, ahijados, sobrinos, nietos o estudiantes, tenemos un papel vital que desempeñar en la formación de la fe de estos jóvenes. Nosotros, al igual que los Santos Padres, debemos cuidar bien de estos niños, formándolos en la fe mediante la instrucción y el ejemplo a lo largo de sus vidas.

¡Qué privilegio y qué gran llamado tenemos como administradores cristianos! Tomemos en serio estas lecciones de administración y presentemos nuestros dones y a nuestros jóvenes con alegría al Señor.

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